
Este año hemos sido bendecidos en nuestra Caritas con numerosos voluntarios llegados de España, muchos de ellos médicos. A todos queremos darle las gracias. Es el caso de Alejandra, médico, que ha pasado estos días con nosotros. Nos deja aquí su testimonio. ¡Gracias!
Mi experiencia en Dajla y en El Aaiún
Trabajar como médico en África era una idea que me rondaba por la cabeza desde hace mucho tiempo. No podría decir cuándo fue la primera vez que lo pensé, pero las imágenes de hambre y pobreza nunca me fueron indiferentes. Tal vez, fue como un mensaje subliminal de los anuncios, pero yo sentía que en algún momento quería ayudar a esas personas.
La oportunidad llegó como casi todas las cosas importantes que pasan en la vida: de casualidad. Conocí Cáritas Prefectura Apostólica gracias a un compañero. Me explicó el proyecto de ayuda tanto en El Aaiún como en Dajla: prácticamente, en ese instante tomé la decisión de ir yo también, si era posible.
Había otra barrera de dificultad para mí: el idioma, puesto que yo no hablaba francés. Sigo sin hablar bien francés. Pero comencé a estudiarlo un mes antes. He pasado siete años de mi vida estudiando medicina: sabía que podía ser útil allí de alguna forma a pesar de las barreras.
El primer día fue caótico. En Dajla me explicaron dónde estaba todo, y lo dejaron todo listo. Ese día pasé consulta allí, y más o menos me pude comunicar con los pacientes. No vinieron muchos, por lo que podía tomarme mi tiempo para tratar de adivinar sus necesidades con vocabulario y comprensión limitados. Al día siguiente, seguía perdida. Esa noche viajé a El Aaiún. Llegué lista para comenzar la segunda jornada de consulta. Pero no estuve sola: Afaf, una maravillosa enfermera polivalente marroquí, me ayudó con

con todas mis dudas y pasamos la consulta juntas. Después de comer, fue el momento de visitar El Marsa por primera vez: un municipio costero que vive de la industria del pescado. Visitamos a mujeres alojadas en una fábrica con unas condiciones de higiene y sanidad muy pobres.
Es chocante comparar la realidad de tu cómoda y espaciosa casa con múltiples habitaciones, para ver cómo allí no hay muebles; duermen sobre colchones en el suelo en el mejor de los casos, con hartos dolores y mucho estrés. Conoces a personas que sacan fuerzas de donde no hay para seguir adelante. Es muy duro ver que lo único que puedes hacer por ellos en esa situación es darles paracetamol para el dolor de espalda, sabiendo que esa no es la solución: como quien usa una tirita para una amputación.
Poco a poco fui sintiéndome más cómoda, tanto en la consulta como con el idioma, y ganando cierta confianza para buscar pequeñas soluciones a las numerosas carencias presentadas. En El Aaiún te encuentras con sufrimiento, con resignación, y te das cuenta de que no hace falta saber hablar perfectamente su lengua para entender cómo se sienten.
Niños que necesitan cariño. Mujeres con hijos sin trabajo cuyo marido se ha ido con otra mujer, o con otras mujeres. Embarazos no buscados. Niños que viven el rechazo de sus padres. Mucha angustia. Muchos dolores de cabeza y de espalda. Muchos problemas que no se pueden arreglar con pastillas.
En El Aaiún intenté aprender a mirar con comprensión. Intenté no juzgar. Y aprendí que cuando das, en realidad recibes. Para terminar el viaje, volví a Dajla, para pasar un día y medio de consulta y visitar a los inmigrantes llegados desde el mar a ese hospital.
Al llegar, después de comer, visitamos cinco minutos a los inmigrantes. Lo justo para que mi compañero, que hablaba wolof, pudiera enterarse de que querían café: así que fuimos a buscar café, algunas camisetas y pantalones para que pudieran cambiarse de ropa. Me costó mucho comenzar a hablar con ellos. ¡Qué iba a tener en común yo, una persona que lo he tenido casi todo en esta vida, que siempre he podido hacer lo que he querido, con ellos, que salen en busca de un

“algo” porque ahí de donde vienen no tienen nada! Pero, una vez que comienzas a mirarlos a los ojos, las palabras salen solas. Traté de demostrar mi cariño a esos hombres que no habían recibido nada más que la muerte de sus compañeros y amigos durante los últimos días, viendo como tiraban sus cuerpos por la borda, y noté agradecimiento. Un poco de comida y conversación fue lo único que pudimos darles. Sentía su mezcla de alegría de haber llegado a algún punto y tristeza de la partida y de la muerte. Me llevo sus caras conmigo. Y me llevo conmigo muchas ganas para tratar de seguir ayudando a mi alrededor, en la medida que pueda. A veces no puedes hacer nada, a veces puedes hacer un poco, y a veces un poco acaba siendo mucho.
Recomendaría a todo el mundo hacer un voluntariado (de hecho, recomendaría este en concreto). El sufrimiento es una realidad, que está en todas partes. Y tal vez acercándote a los lugares más oscuros, aprendes a encontrar un poco de luz. Uno de los mensajes de Jesús es amar al prójimo como a ti mismo. Cáritas quiere llevar este mensaje a la práctica en El Aaiún y Dajla, lugares donde el prójimo está especialmente necesitado de ayuda. Me gustó mucho comprobar cómo Cáritas está abierta para todos. Algunos se imaginan la iglesia como una congregación de unos pocos, cerrada y difícil de entender, pero Cáritas es lo opuesto. En el Aaiún trabajan con otra asociación local de Marruecos: Sakia Al Hamra para las Migraciones y el Desarrollo, que favorece el acercamiento de los más desfavorecidos, y tiene un gran papel integrando a los inmigrantes. Viendo a los demás como lo que son: personas, y demostrando que su ayuda, tratará de llegar a quien más la necesite.